martes, 20 de marzo de 2018

MARIA JESUS LEZA, otra vez entre nosotros, BIENVENIDA TU TINTA

Aunque  el  relato se titula  la huelga.  es  una buena forma de no hacerla  y seguir escribiendo, para compartirlo con nosotros.


LA  HUELGA



Soy una mujer de treinta y siete años, estoy casada y tengo dos niños; el mayor de cinco años y el pequeño de tres. Mi marido trabaja de guardia jurado en unos grandes almacenes. Me llevo bien con él, es una buena persona. Es tan bueno que cuando a una señora le pita el bolso a la salida, siempre se resiste a registrarla. Quiere cambiar de trabajo, pero no es fácil.
Pero el caso es que me he enamorado de Joaquín. Joaquín es un compañero de la fábrica en donde trabajo, él en la sección de montaje y yo en la de paquetería, es un tío muy legal, se da un aire a George Clooney, también esta casado y tiene una niña de siete años. 
 Ayer comenzó una huelga en la fábrica convocada por los sindicatos para reivindicar aumento salarial. Como Joaquín y yo sólo podemos vernos muy poco y a salto de mata, -cuando termino mi turno tengo que ir a todo correr al “super” y a buscar a los niños a casa de mi madre- hemos planeado aprovechar la huelga para citarnos en un hotel  por horas. 
Esa misma tarde el sindicato había convocado una manifestación de Cibeles a Sol; por lo que Joaquín decidió que deberíamos quedar en un hotel situado en una de las bocacalles de la Carrera de San Jerónimo y así, incorporarnos a última hora a la cola de la manifestación. Yo le dije que no se podía estar repicando y yendo a la procesión, pero él insistió que teníamos que ser solidarios con los compañeros. 
El hotel era bastante cutre, Joaquín pagó dos horas por adelantado. La habitación era muy pequeña, con un baño con un plato de ducha en el que apenas cabía una persona. Cuando Joaquín me desnudaba muy despacio, una de las cosas que mas me gustan que me hagan antes de hacer el amor, sonó el móvil. Era la Cresi, mi compañera de planta, lo mas seguro es que me estaría buscando en Cibeles, donde habíamos quedado con otros colegas. Lo apagué. 
Estábamos aun en los juegos preliminares, cuando a través del balcón entreabierto comenzamos a ecuchar el vocerío de la “mani” acompañado de pitos y tambores, se conoce que marchaban ya por la calle Alcalá a la altura mas o menos de la iglesia de San José. Los gritos y consignas nos llegaban como una especie de dulce mantra y a medida que iba aumentando el clamor, nos excitaba cada vez mas estimulando nuestro morbo. Entonces vinieron a mi cabeza las imágenes de una película que vi hace tiempo en la tele, en la que los protagonistas llegan al climax sexual con el bolero de un tal Ravel como música de fondo. 
Fue sensacional, pero me supo a poco. Me vestí a toda velocidad. Habíamos acordado que yo saliese un poco antes que él del hotel. Cuando pisé la Carrera de San Jerónimo estaba atestada de gente y al llegar al Sol, los representantes y líderes sindicales estaban en plena arenga. 
Busque inútilmente a la Cresi entre la multitud, la manifestación había sido un éxito y sinceramente sentí alegría y alivio a la vez. Al terminar y cuando la peña se fue dispersando, me acordé que los colegas solían reunirse en Casa Labra para tomar vinos y degustar su celebre pincho de bacalao. Allí los encontré muy satisfechos, brindando por el buen término de la convocatoria. 
“¿Dónde te habías metido? - me preguntó la Cresi con la boca llena de “soldadito de Pavia”- “Perdona, Cresi, pero es que he tenido que ir a comprar ropa para los niños en la Zara de Carretas y se me ha ido el santo al cielo”- se me ocurrió de pronto. 
Hoy seguimos de brazos caídos. Joaquín no me ha llamado. Hemos tenido asamblea en la fábrica para rechazar el preacuerdo que han pactado los sindicatos mayoritarios. Yo también he votado continuar con la huelga. Como dice la Cresi, ¡ya está bien de contentarnos con las migajas!  


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