LA HUELGA
Soy una mujer de treinta y siete
años, estoy casada y tengo dos niños; el mayor de cinco años y el pequeño de
tres. Mi marido trabaja de guardia jurado en unos grandes almacenes. Me llevo
bien con él, es una buena persona. Es tan bueno que cuando a una señora le pita
el bolso a la salida, siempre se resiste a registrarla. Quiere cambiar de
trabajo, pero no es fácil.
Pero el caso es que me he
enamorado de Joaquín. Joaquín es un compañero de la fábrica en donde trabajo,
él en la sección de montaje y yo en la de paquetería, es un tío muy legal, se
da un aire a George Clooney, también esta casado y tiene una niña de siete
años.
Ayer comenzó una huelga en
la fábrica convocada por los sindicatos para reivindicar aumento salarial. Como
Joaquín y yo sólo podemos vernos muy poco y a salto de mata, -cuando termino mi
turno tengo que ir a todo correr al “super” y a buscar a los niños a casa de mi
madre- hemos planeado aprovechar la huelga para citarnos en un hotel por
horas.
Esa misma tarde el sindicato
había convocado una manifestación de Cibeles a Sol; por lo que Joaquín decidió
que deberíamos quedar en un hotel situado en una de las bocacalles de la
Carrera de San Jerónimo y así, incorporarnos a última hora a la cola de la
manifestación. Yo le dije que no se podía estar repicando y yendo a la
procesión, pero él insistió que teníamos que ser solidarios con los compañeros.
El hotel era bastante cutre,
Joaquín pagó dos horas por adelantado. La habitación era muy pequeña, con un
baño con un plato de ducha en el que apenas cabía una persona. Cuando Joaquín
me desnudaba muy despacio, una de las cosas que mas me gustan que me hagan
antes de hacer el amor, sonó el móvil. Era la Cresi, mi compañera de planta, lo
mas seguro es que me estaría buscando en Cibeles, donde habíamos quedado con
otros colegas. Lo apagué.
Estábamos aun en los juegos
preliminares, cuando a través del balcón entreabierto comenzamos a ecuchar el
vocerío de la “mani” acompañado de pitos y tambores, se conoce que marchaban ya
por la calle Alcalá a la altura mas o menos de la iglesia de San José. Los
gritos y consignas nos llegaban como una especie de dulce mantra y a medida que
iba aumentando el clamor, nos excitaba cada vez mas estimulando nuestro morbo.
Entonces vinieron a mi cabeza las imágenes de una película que vi hace tiempo
en la tele, en la que los protagonistas llegan al climax sexual con el bolero
de un tal Ravel como música de fondo.
Fue sensacional, pero me supo a
poco. Me vestí a toda velocidad. Habíamos acordado que yo saliese un poco antes
que él del hotel. Cuando pisé la Carrera de San Jerónimo estaba atestada de
gente y al llegar al Sol, los representantes y líderes sindicales estaban en
plena arenga.
Busque inútilmente a la Cresi
entre la multitud, la manifestación había sido un éxito y sinceramente sentí
alegría y alivio a la vez. Al terminar y cuando la peña se fue dispersando, me
acordé que los colegas solían reunirse en Casa Labra para tomar vinos y
degustar su celebre pincho de bacalao. Allí los encontré muy satisfechos,
brindando por el buen término de la convocatoria.
“¿Dónde te habías metido? - me
preguntó la Cresi con la boca llena de “soldadito de Pavia”- “Perdona, Cresi,
pero es que he tenido que ir a comprar ropa para los niños en la Zara de
Carretas y se me ha ido el santo al cielo”- se me ocurrió de pronto.
Hoy seguimos de brazos caídos.
Joaquín no me ha llamado. Hemos tenido asamblea en la fábrica para rechazar el
preacuerdo que han pactado los sindicatos mayoritarios. Yo también he votado
continuar con la huelga. Como dice la Cresi, ¡ya está bien de contentarnos con
las migajas!
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