jueves, 15 de marzo de 2018

PILAR FERNANDEZ CASADO, Bienvenida tu tinta


Entre la nostalgia y las fronteras de la a antropología nos visita hoy una escritora gallega Pilar  Fernandez Casado que nos muestra en este relato  su visión delo antiguo sagrado cosmo  vital, como diría el filósofo Paul Ricoeur.



AS MEIGAS, EN CONCIERTO.



 

Boas Noites Celanova!. Su voz sonó grave en el claustro del Monasterio de San Rosendo. Él había elegido este enclave con esmero, su sonoridad era increíble y le parecía un lugar muy sugerente ya que convivían en gran armonía Carlos I, Felipe II, Juan de Austria, monjes benedictinos y figuras oníricas. Su belleza era inigualable y mágica. Estaba encima del escenario y por un momento recordó su Villafranca natal, su primera visita al monasterio cuando era niño y el amor que sentía por los poetas que había visto nacer este pueblo, sus queridos Curros Enriquez y Celso Emilio Ferreiro. Sin embargo, empezaría el concierto con Rosalía. Se sentía como un trovador medieval, la emoción le atenazaba y por un momento dudo de si su voz estaría a la altura de tan bellísimo encuadre.

Tocó los primeros acordes y el alma se le encogió: ‘Campanas de Bastabales, cando vos oio tocar, mòrrome de saudades’…Los aplausos sonaban y su guitarra volvía a envolver la noche, feliz… su voz sonó de nuevo  ‘si cantan eres ti que cantas, si choran eres ti que choras…’. El concierto discurría y las canciones se sucedían en su garganta casi sin descanso’’. Estaba poseído de la belleza de la noche, de la lírica y la magia y casi sin darse cuenta llegó a la última canción, Maria Soliña, Sonaron los primeros acordes de la canción y el público se levantó y comenzaron a cantar: ‘polos camiños de Cangas, a voz do vento Xemia, que soliña quedaches Maria Soliña’…Mientras cantaba miró al cielo y sus ojos se posaron en las gárgolas del claustro y  sorprendido vio como las meigas bailaban con sus escobas la canción de Maria Soliña. ¡Qué magia tenían las piedras del Monasterio!.  
Aquella noche de Agosto, Carlos e Iluara habían decidido ir al concierto que Amancio Prada daba en el monasterio de San Rosendo; El esperanzado, ya que por fin podían salir una noche, Ella preocupada por si el hecho de alejarse de casa invocada otro maleficio. Habían sido meses muy duros y los dos sabían que necesitaban un respiro.  
Cuando llegaron al claustro se quedaron prendados de su belleza, mientras admiraba el enclave Iluara pensó que quien lo diría, ellos que habían sido tan roqueros, yendo a un concierto de un cantautor, que aunque les gustaba desde la juventud nunca se habían interesado por verlo en directo. Amancio subió al escenario y a Iluara le pareció un hombre muy atractivo, su camisa blanca le quedaba bien a su cara fina y delicada. Los acordes de la guitarra comenzaron a sonar, la voz de Amancio se apoderó del claustro y las lágrimas empezaron a deslizarse por las mejillas de los dos. Iluara mezclaba el llanto con una risa nerviosa, ¿Por qué lloraban?. Quizá la poesía era en estos momentos demasiado para su agudizada sensibilidad, quizás les era muy fácil fusionarse con los poemas que hablaban de marchas, pérdidas, duelos, soledades y amores. Su  compartido dolor se entremezclaba con la poesía. Estaban con las manos agarradas y enzarzados cada uno en su peculiar batalla emocional, cuando escucharon las notas de ‘Maria Soliña’, al unísono alzaron sus ojos al cielo y contemplaron como la luna iluminaba las gárgolas del claustro y un espectáculo sobrecogedor: las meigas bailando sobre sus escobas la canción. Se miraron y casi al unísono recitaron una plegaria: bailar, bailar y dejar de jugar con nuestra vida.

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