miércoles, 3 de enero de 2018

SUSANA Y YO


-      Hola soy Adolfo, para servirle, aunque durante poco tiempo Me oigo con una voz ronca, oscura. Mi reloj está cansado. Hoy tampoco llueve y ese frio invernal, que viene del norte, me traspasa los huesos. No he bebido, todavía. 
Sé que escribir sobre el pasado, es un error irreparable.
Nos hace viejos, pero no hay vuelta a atrás.
Susana, mi mujer, - al menos hasta ayer -, que ha adquirido fama internacional como dietética nutricionista, me ha dicho muchas veces que tengo que tener cuidado con las mezclas. 
Ahora ya nada tiene sentido. 
Vuelven a mi pluma las hojas de viejos calendarios y las lágrimas. 
Veo pequeña la ventana de mi cuarto. El gato duerme en la cocina; hace días que mi perro no me habla, llora, escondido debajo de la mesa, mientras la puerta, que nunca quise abrir, se abre lentamente. Sola.
El vaso con el zumo de naranja, que ha tomado un color negruzco cuando le he añadido la salsa de los langostinos, ya está casi vacío. 
Es año nuevo, vida nueva, tengo que celebrarlo.
Susana, lleva en el dormitorio muchos días, desde que la desahuciaron.
Ahora está iniciando un largo descanso.
Le he puesto los guantes y el bolso muy cerca por si quiere levantarse.
No veo nada al otro lado de la sombra.
Un sorbo más y se habrá acabado todo.
No tardaré en alcanzarla.
Nadie ha podido hacer nada por nosotros.
-      Soy Adolfo. No sé por qué vuelve a sonar el teléfono. Bueno fui Adolfo.
El teléfono seguirá sonando, aunque ninguno de los dos, conseguiremos oírlo. Ella en el dormitorio sin poder levantarse y yo aquí esperando a que vuelva. Pero vosotros podéis venir cuando queráis. Os estaremos esperando sin movernos

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