viernes, 3 de noviembre de 2017

NOELIA




Son mis últimas horas. Las últimas horas de Marta.

La cabeza me da vueltas. Pero mi imaginación va siempre por delante.

Este oficio de escribir, produce un doloroso placer.

Se me acerca el espejo, como si yo ya no fuese capaz de caminar, y contemplo mi rostro, el de una mujer agotada, a la que no reconozco. 

He de morir para poder ser ella.

El escaso equipaje ya está en el pasillo.

No puedo más. Dejo hecho añicos sobre la mesa la última carta que mi marido le escribió a Noelia.

Sólo el recuerdo de su nombre me corroe por dentro.

Guardo con cuidado su foto.

Y son el tren y las hojas del calendario los que me van llevando a la otra realidad.

-      Doctor Durán, soy Marta Torrens, pero quiero ser ella, - le digo al cirujano plástico mostrándole la foto de Noelia -, que la gente nos confunda.

-       ¿Por qué?

-      Es una cuestión personal.

-      Señora, yo para hacer mi trabajo necesito un motivo.

-      Si es económico no debe preocuparse.

-      Necesito saber   por qué quiere cambiar de imagen.

-      Es muy complicado.

-      Cuéntemelo.

-      Mi marido me engaña con ella -, le suelto a bocajarro, y le explico mi angustiosa situación; los minutos se dilatan en la consulta.

Durante los días siguientes, el cirujano trabaja incansablemente sobre mí, hasta transformarme en la otra, en Noelia.

Después, reposo absoluto.

-      Ahora, ya despojada de las vendas, dígame, ¿qué opina?

Las señales son tan finas que tardarán muy pocos días en desaparecer.  --- Gracias, doctor, el parecido es asombroso. Es lo que necesito.

-      Necesitará también una semana más de reposo.

Noelia, la maldita amante de mi marido, debe desaparecer; y desaparecerá como las protagonistas de mís novelas negras.

Largas horas de viaje me acercan poco a poco a mi rival.

Saciado ya mi odio, el mejor de los detectives tardará años en descubrir la pista que le lleve al culpable, pero nunca será una mujer.

Es mi venganza.

Desde ahora me esforzaré por seguir siendo la misma de siempre.

Y me olvido de los días como de las cicatrices

-      Buenas tardes Noelia, ¿cómo le va? ¿o debo llamarla Marta?

Su saludo es cálido.

-          Muy bien, doctor Durán. Hizo usted un trabajo perfecto. Mi marido llegó a confundirnos, pero ahora pasados unos meses creo que vuelve…

-          ¿Qué ocurre?

-          Pues vera doctor.

-          ¿Tiene usted tiempo para tomarnos un café?

-          Si.

-          Mi marido ha vuelto a engañarme.  La última se llamaba Lucía. Pero no habrá más.

 La terraza es apacible, la tarde cálida, el café en su punto, la charla amena, las miradas seductoras, las horas cortas.

-          ¿No traerá usted otra foto?

-          Ya no es necesario.

-          No la entiendo, pero le advierto que sería difícil una nueva intervención en tan corto espacio de tiempo. ¿Le apetece otro café? Ahora si puede sincerarse conmigo.

-          ¿Para qué doctor?

-          Para no tener que someterse a más operaciones.

Cae la tarde y tras el café, caminamos muy juntos, por una senda estrecha, entre castaños.

En un claro se para y me dice:

-          ¿Y su marido, Marta?, ¿puedo tutearla?

-          Por supuesto Alejandro.

-          No te preocupes, ya está descansando con sus dos amantes.

Por la mañana, llamo al doctor Alejandro Durán en varias ocasiones y siempre la misma respuesta.

-          Lo sentimos, el cliente ha cambiado de número.

Insisto varias veces. Siempre la misma respuesta.

Vuelvo a escribir y sueño, sin saber quién soy.

No me importa, al menos de momento. Pero, ¿Cuál será mi próximo objetivo?


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