viernes, 17 de noviembre de 2017

bienvenida tu tinta JORGE DIAZ LEZA





Jorge Díaz Leza, poeta,  novelista, relatista,  presentador de radio   joven emprendedor  que juega con las letras para  encontrar unmundo mejor, nos ofrece en  esta ocasión eeste relato.



LAS GAFAS MÁGICAS
Jorge Díaz  Leza






Poco antes de su suicidio, el alemán me pidió que le guardase aquellas

excéntricas gafas de montura dorada, que su querido abuelo le había dejado

en herencia. “Con ellas puedes ver el esplendor del pasado y, a veces, el

futuro, pero eso sólo si eres muy bueno utilizándolas”. No le hice mucho caso


aquel día. Sin embargo, cuando me quedé sin empleo, me las encontré

casualmente y decidí probar. Después de todo, tampoco tenía otra cosa que

hacer. 

De este modo, como me había dicho, al atardecer, bajé al barrio de

Placa, a la terraza de ese café desde donde se contempla La Acrópolis: un sitio

donde, según el alemán, aquello funcionaba a la perfección. Pedí una cerveza,

me puse las gafas, me senté y esperé.

Un rato después, cuando me había adormilado un poco, comencé a ver

esas desdibujadas figuras que, como fotogramas pálidos de una antigua

película, se imponían al paisaje del presente. Eran como imágenes

voluminosas proyectadas en el aire, como haces de luz corpóreos que,

continuamente, atravesaban caminando transeúntes y turistas, igual que dos

mundos ajenos entre sí compartiendo el mismo espacio.

Esa tarde, vi  a los antiguos ciudadanos atenienses pasearse con sus

espléndidas túnicas y conversar entre ellos en aquel idioma antiguo. Otra, a las

legiones romanas que entraban triunfantes en la ciudad. Otra, la calle se

convertía en un bazar turco.

Al mismo tiempo, desde la televisión del café, me llegaban las noticias

del telediario: la crisis económica iba a peor, los mercados especulaban contra

nuestra deuda, el paro aumentaba día a día así como los intereses que

tendríamos que pagar. La quiebra del estado parecía inminente, cuando, a mi

lado, vi desfilar marciales a las tropas del III Reich.

Días después, en medio de la lentitud pesada de los tanques, les vi

iniciar la retirada, derrotados y cabizbajos, ante el avance de las tropas aliadas

y los partisanos griegos. Entonces, uno de sus oficiales, que conducía un

vehículo, frenó bruscamente frente a mí y, tras la montura de unas gafas

idénticas a las mías, me miró: sentí un escalofrío.

En el telediario, el primer ministro solicitaba oficialmente el rescate de

Grecia. Después, la canciller Ángela Merkel anunciaba las duras condiciones

que teníamos que cumplir, a cambio de la ayuda financiera. El oficial, sin dejar

de mirarme, exhibió una altiva sonrisa de desprecio y triunfo.









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